"Cuando
yo era niña, en los años '20, todo
lo
bueno lo tenían los hombres, todo lo
que
tenía interés y todo lo que hacían;
los
hombres tenían las buenas profesiones,
los
hombres comían la mejor parte de la
comida
de la mesa, lo mejor de la comida y
mas
cantidad: los hombres, medio pollo,
las
mujeres, menos de un cuarto de pollo,
a
lo mejor las alitas y las patitas para
roer,
los hombres dos huevos fritos, las
mujeres
apenas uno, y el que salió roto.
Los
hombres tenían la llave, y salían de
noche,
los hombres tenían el caballo, tenían
la
bici, tenían el bote, tenían los libros
-los
libros eran cuatro en mi casa-, y tenían
profesiones
activas, de entrar y salir;
profesiones
interesantes: unos eran comerciantes,
otros
eran marinos, otros eran militares a
caballo,
otros eran viajantes, viajeros, y
otros
eran el médico. Y las mujeres lavaban,
fregaban,
acarreaban el agua, cocinaban,
parían,
gruñían y daban la lata.
Pues,
yo no tuve envidia ni ganas de ser
hombre,
pero pensaba que ser hombre era mejor.
Con
el transcurso del tiempo -por la
terquedad,
la obstinación, la rebeldía, y
una
magnifica abuela que me decía en gallego
que
no le hiciera caso a nadie y que hiciera
lo
que me diera la gana- tuve la llave,
salte
por la ventana o por el tejado y tuve
el
bote, y tuve la bicicleta, y tuve el
caballo
y tuve los cuatro libros".
De la conferencia de la Dra.
Fernanda Monasterio dictada en la Universidad Nacional de La Plata, en
celebración de cumplirse los treinta años de la fundación de la Carrera de
Psicología de dicha Universidad, de la cual fue fundadora. La Plata, 1992.
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