jueves, 23 de abril de 2020

Columna: El libro jurídico

Francisco Estrada V.

Profesor de Derecho, Universidad Autónoma de Chile

 

El libro jurídico parece condenado a oscilar entre Escila y Caribdis. Por un lado, el ninguneo despectivo respecto de todo lo jurídico, lo “leguleyo”, de las lecturas largas y técnicas, de los escritos que exigen un cierto tipo de lector. Y por el otro lado, un cierto aplauso acrítico, organizado para no leer (como apuntó Gabriel Zaid en una columna del 2002 en la Letras Libres) pero rápido para derrochar halagos que eximan del trabajoso proceso de lectura.

El libro jurídico necesita recuperar su sitial arrebatado, a punta de indicadores métricos, rankings universitarios y puntajes para concursos, por los papers.

Para ello requiere construir espacios de conversación en torno a él. Como los libros “comunes y corrientes”, el libro jurídico es parte de una industria cultural que posee una dimensión material necesaria para la vida intelectual: se necesitan librerías y libreros creativos. No hay en las escasas librerías jurídicas iniciativas de vida cultural semejantes a las que han desarrollado exitosamente librerías como Metales Pesados, Lolita o las Qué Leo. Se necesita mayor esfuerzo en el diseño. Basta mirar al mercado anglosajón para entender que un libro jurídico puede tener una portada trabajada y atractiva. Se necesita una industria editorial que permita conversar con los números encima de la mesa y que sincere las ventas.

También las universidades pueden aportar con líneas editoriales que aborden aspectos menos atractivos para el mercado o que incentiven la investigación de sus estudiantes de pre y postgrado publicando las tesis mejor evaluadas.

El libro jurídico es indispensable para la democracia. La mejor muestra es el florecimiento de publicaciones a la sombra del proceso constituyente. Pero es necesario, particularmente, porque la argumentación jurídica, tanto de litigantes como de jueces, exige ser apoyada en estudios, discusiones, investigaciones, exámenes comparativos de jurisprudencia, etc. Sin ese soporte vital los alegatos y las sentencias deben desarrollarse en un páramo desolado.

De ahí, p. ejemplo, que resulte evidente la relevancia de un libro que es citado por nuestros tribunales superiores. Pero, hoy por hoy ¿quién lleva ese conteo? ¿qué puntaje asigna el Fondecyt a esta cita? ¿qué estímulo dan las editoriales o las universidades a un autor que consigue ese logro?

Ni hablar de evaluar las publicaciones jurídicas desde el enfoque de género –cuántas autoras, qué temas-, o desde el territorio –presencia de autores y temas regionales-.

Un buen libro siempre es parte de la conversación universal y el libro jurídico debe poder participar en ese diálogo con el reconocimiento a la relevancia que posee.


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