jueves, 9 de octubre de 2014

Las aventuras de Peabody, Sherman y el derecho de familia

El derecho de familia está en todas partes. Como profesor de derecho de familia enseño a mis alumnos y alumnas que por dónde miren (conversaciones, diarios, series del cable, cine, tv nacional, noticiarios, matinales, ¡farándula!) se aparece el derecho de familia (DF en adelante). Y de tanto decirlo a otros, se me comenzó a aparecer y a distraerme en medio de las series del canal Sony o de HBO, en las letras de las baladas italianas, por supuesto en Dylan, y sobretodo últimamente, en las películas que veo con mis hijos.

En Las aventuras de Peabody y Sherman, el tema es evidente: la adopción y la evaluación de cuidado personal. Pero incluso bajo ese tema, que es el centro del conflicto, corre en el centro de esa tensión, otro subtema: el conocimiento de los expertos versus las familias e, incluso, frente al poder.
La experta es la srta. Grunion, la profesional (¿psicóloga? ¿trabajadora social?) que declara inhábil al Sr. Peabody como padre porque, claro, es un perro.
La srta. Grunio ve lo que quiere ver, lo que puede ver. Pero, como numerosos estudios lo denuncian, parte el proceso con la decisión tomada y construye la visita a la casa como un instrumento que simplemente confirme su prejuicio.
Recuerdo particularmente este subtema a propósito del comentario del psicólogo Alejandro Reinoso, el pasado viernes, en el lanzamiento del libro de Matías Marchant y la tribu de la Casa del Cerro, sobre acompañamiento a niños institucionalizados. Alejandro Reinoso reflexionaba sobre cómo creábamos estos universitarios expertos que eran quiénes trazaban el límite que hacía hábil, o no, a un padre, o madre.
La srta. Grunion ni siquiera le va a hacer caso al presidente de EE.UU., y van a ser necesarios 4 presidentes para doblegar su decisión. La srta. Grunion, como Kurtz, como Osama, son monstruos creados desde el corazón del sistema, que muy luego, se desatan y ellos desatan una dinámica propia que ni el propio poder logra someter. Y ahí va Sename tras los DAM, tras los profesionales de OPD o de hogares y centros que van repartiendo etiquetas de inhabilidad o de incompetencia parental, sazonadas con jerga que pretende inteligir a Barudy –Barudy sin Barudy, le llamo a ese mecanismo discursivo- y que alejan a esos padres porque, claro, son perros, es decir, malos padres, con problemas incontables, son agresivos, maleducados, hostiles, insinceros, impuntuales, uf.

De ahí que en la película la defensa final de Sherman es que él también es un perro. Y luego la escena cita a Espartaco, donde todos somos perros. La película cita en ese punto culmine a la declaración de independencia de EE.UU. (la obra que refuta espléndidamente eso de que nada bueno sale del trabajo de una comisión), lo que, desde el DF, nos permite recordar que en el centro del debate se encuentran derechos fundamentales, no meramente cuestiones procedimentales. Ser perros, entonces, y pese a la opinión de los expertos, no impide ser padres, o madres. Sherman es quien vence a la srta. Grunion. Todo un final feliz. 

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