El derecho de familia está en todas partes. Como
profesor de derecho de familia enseño a mis alumnos y alumnas que por dónde
miren (conversaciones, diarios, series del cable, cine, tv nacional,
noticiarios, matinales, ¡farándula!) se aparece el derecho de familia (DF en
adelante). Y de tanto decirlo a otros, se me comenzó a aparecer y a distraerme
en medio de las series del canal Sony o de HBO, en las letras de las baladas
italianas, por supuesto en Dylan, y sobretodo últimamente, en las películas que
veo con mis hijos.
En Las aventuras de Peabody y Sherman, el tema es
evidente: la adopción y la evaluación de cuidado personal. Pero incluso bajo
ese tema, que es el centro del conflicto, corre en el centro de esa tensión,
otro subtema: el conocimiento de los expertos versus las familias e, incluso,
frente al poder.
La experta es la srta. Grunion, la profesional
(¿psicóloga? ¿trabajadora social?) que declara inhábil al Sr. Peabody como
padre porque, claro, es un perro.
La srta. Grunio ve lo que quiere ver, lo que puede
ver. Pero, como numerosos estudios lo denuncian, parte el proceso con la
decisión tomada y construye la visita a la casa como un instrumento que
simplemente confirme su prejuicio.
Recuerdo particularmente este subtema a propósito
del comentario del psicólogo Alejandro Reinoso, el pasado viernes, en el
lanzamiento del libro de Matías Marchant y la tribu de la Casa del Cerro, sobre
acompañamiento a niños institucionalizados. Alejandro Reinoso reflexionaba
sobre cómo creábamos estos universitarios expertos que eran quiénes trazaban el
límite que hacía hábil, o no, a un padre, o madre.
La srta. Grunion ni siquiera le va a hacer caso al
presidente de EE.UU., y van a ser necesarios 4 presidentes para doblegar su
decisión. La srta. Grunion, como Kurtz, como Osama, son monstruos creados desde
el corazón del sistema, que muy luego, se desatan y ellos desatan una dinámica
propia que ni el propio poder logra someter. Y ahí va Sename tras los DAM, tras
los profesionales de OPD o de hogares y centros que van repartiendo etiquetas
de inhabilidad o de incompetencia parental, sazonadas con jerga que pretende
inteligir a Barudy –Barudy sin Barudy, le llamo a ese mecanismo discursivo- y
que alejan a esos padres porque, claro, son perros, es decir, malos padres, con
problemas incontables, son agresivos, maleducados, hostiles, insinceros,
impuntuales, uf.
De ahí que en la película la defensa final de
Sherman es que él también es un perro. Y luego la escena cita a Espartaco,
donde todos somos perros. La película cita en ese punto culmine a la
declaración de independencia de EE.UU. (la obra que refuta espléndidamente eso
de que nada bueno sale del trabajo de una comisión), lo que, desde el DF, nos
permite recordar que en el centro del debate se encuentran derechos
fundamentales, no meramente cuestiones procedimentales. Ser perros, entonces, y
pese a la opinión de los expertos, no impide ser padres, o madres. Sherman es
quien vence a la srta. Grunion. Todo un final feliz.
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